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Llamadas perdidas

Leí una vez acerca de los muertos vivientes. No de los zombis. De los muertos vivientes.

De esas amistades cuya intensidad aún sientes en la piel, pero de la cual no queda ni un resto en la superficie. De esos entes que pertenecieron a tu vida, pero que de un día para otro desaparecieron. De esas que incluso el escribir un “hola, ¿qué tal todo?” suena raro. Y últimamente me hallo pensando en ellas.

Cuando rememoras los pequeños hitos de tu vida, o en mi caso, cuando escribo acerca de algo, siempre me acuerdo de sus caras. Y siento un pequeño pinchacito.

Hablándolo detenidamente acabas siempre en la misma resolución: Es la vida. La gente viene y va. Topicazos que, al fin y al cabo, son tópicos por su certeza.

Y es que incluso, a pesar de eso, me gustaría coger esas risas, las horas entre películas y palomitas, las lágrimas de impotencia, las peleas, y las yincanas improvisadas de esas tardes de verano que no nos apetecía ir a la playa porque nos creíamos mejores que todos ellos, y los cafés de Starbucks que nos estreñían el estomago cuándo el único plan era ver los libros del FNAC o algo tan absurdo como cantar al Singstar y hacer maratones pausados de Harry Potter, y mandarlos en un “hola, qué tal”.

Habré estudiado el plan de ruta para el nunca posible apocalipsis zombi, pero nunca sabré desenvainar el dedo contra un muerto viviente.  

Escrito el 21 de junio de 2020

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